Gestos que cuidan la fragilidad
El Jueves Santo, Jesús nos anuncia algo que nuestra ceguera no puede ver ni nuestro corazón entender sino acoger. Es una invitación a hacernos frágiles y a vivir desde la fragilidad todos los días. Es un regalo que nace del amor incondicional. Se mezclan el desconcierto, la belleza de la entrega y la pequeñez de nuestras vidas
Los dos gestos: lavatorio de los pies y última cena forman un todo; son parte de la misma fragilidad
En el lavatorio, en la figura de Pedro, nos identificamos en la negación de éste a que sea el mismo Jesús quien le lave los pies que antecede a las otras tres negaciones. Es una llamada a saber que necesitamos de los demás, dejarnos cuidar desde nuestra fragilidad. Por eso, Jesús da un giro a la reacción de Pedro haciéndose “pequeño entre los pequeños” y se hace SERVICIO para los demás
Más tarde, en la Última Cena se hace “pan partido y repartido”. Nos invita a la fraternidad (somos hermanos) y a vivir desde la actitud del servicio. Los apóstoles gozan de estar con Jesús, de escuchar sus palabras, pero no bajan al corazón; se quedan en la ilógica del amor que no acaban de entender.
Jesús antes de compartir y repartir el pan se parte, se reparte partiéndose. El cuerpo de Jesús es el último gesto sobre el que éste todavía tiene “el control”. Se rompe, se hace fragilidad por voluntad propia. Se ha vaciado entregándose por los demás. Anticipa la pasión y es desgarro de un ser totalmente frágil en el amor que se hace alimento. Un Dios que se hace pan quebrado que es al mismo tiempo la manifestación más débil y la más fuerte. Es el amor encarnado para la Iglesia. El don del cuerpo de Jesús se nos regala como pan roto y vaciado de sí mismo por tanto amor. Es pan para ser comido por todos.
Es una llamada a vivir desde ser gesto de “agua, jofaina y toalla” y gesto de “partirnos”; de situarnos en la clave de los cuidados de la fragilidad en nuestra familia, comunidad, en definitiva, en nuestro propio ambiente
Merche Mañeru stj